Como podréis ver ya por mi presentación en la barra lateral,
soy muy detallista con las cosas que me rodean y me encantan sitios bonitos,
montados con buen gusto, con su estilo propio y en clave moderna. No es de extrañar
que la moda de las cafeterías hipster me
enamorara desde la primera vista. Me encanta el diseño natural, basado en
materias primas: madera, algodón, colores de la tierra, todo eso en la estética
un poco escandinava y, encima, con una filosofía de crear un espacio en el que
el cliente se sienta a gusto, cómodo, como en el salón de su propia casa. ¿Mesas
y sillas idénticas, colocadas en una línea recta? Ya están passé. Lo que reina ahora es caos controlado, desorden creativo:
sofás y sillones, mesas enormes que los clientes comparten o mesillas
minúsculas e íntimas. Colores, vajilla poco uniforme y oferta extraordinaria.
Si se puede constatar que en el Norte de Europa, sin duda, este es el modelo de
negocio que priva en el mercado desde hace unos meses (si no años) —ya lo podéis
verificar si vais algún día a Berlín, Varsovia o mi querida ciudad natal, Poznan—,
España se ve aún poco explotada en este sentido. Y, como siempre, la moda entra
por las grandes metrópolis, y le cuesta llegar a ciudades más pequeñas.
No es
que niegue el placer que causa tomarse un café con leche en la terraza de
alguna cafetería o bar de toda la vida un día de primavera como los que tenemos
ahora (o incluso un relaxing cup of café
con leche en la Plaza Mayor). Pero
ese ambiente específico (que aprecio tanto también porque me recuerda mi
ciudad, Poznan) me faltaba en Tarragona, donde vivo ahora. Hasta hace poco.
Mi
último descubrimiento es una cafetería inspirada en la estética hipster, que
está ubicada fuera del centro de la ciudad, pero enfrente de una de las
facultades de la Universitat Rovira i Virgili. Gracias a eso el local se llena
de estudiantes y gente joven (aunque no son los únicos que aprecian el espacio
para trabajar o simplemente charlar tomando algo). Lo único que me falta en
aquel sitio sería un surtido más amplio de productos (¿caffé latte grande, macchiato,
refrescos alternativos?). Aún así, me parece estupendo que empiecen a surgir
estos sitios coloridos y abiertos, que aportan frescura a la ciudad y puede que
vayan cambiando para mejor también el sentido de estética de los habitantes de
nuestra ciudad. Espero que cada vez surjan más sitios tan bonitos donde se
pueda descansar bien y recargar las pilas. De momento os recomiendo la
cafetería Coffeebook en Av. Països Catalans en Tarragona.
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